miércoles, 6 de noviembre de 2013

PRIMER PERIODO (LOS PATRIARCAS DE ISRAEL)



Edad del Bronce Medio
ca. 2000–1500 a. C.


Según todas las antiguas tradiciones patriarcales hay que buscar los orígenes de los antepasados de Israel en el sur de Mesopotamia, en la tierra de los antiguos sumerios. Cuentan estas tradiciones que de allí partieron para establecerse en el norte de Mesopotamia, donde echaron profundas raíces. Eventualmente descendieron a Canaán y sus migraciones en la región los llevaron por fin a Egipto, donde los encontramos establecidos al cerrarse el período patriarcal.
No hay ninguna referencia a los patriarcas fuera de la Biblia. El libro de Génesis contiene toda la información que tenemos sobre ellos. Estas historias circularon oralmente por varios siglos hasta que por fin fueron puestas por escrito en tres grandes producciones literarias:
a) La «yavista»:
La primera de ellas, la tradición «yavista» (así llamada porque usa el nombre sagrado de Dios, Yavé, desde el principio de la historia), fue redactada durante el reinado de Salomón (ca. 950 a.C).
En muchas Biblias el nombre de Dios, Yavé, representado por las consonantes hebreas יהוה YHWH, se ha combinado con las vocales del título divino, Adonai (El Señor), y ha producido el nombre ecléctico de Jehová.
Según ella la intención de Dios desde tiempos de los patriarcas encuentra su culminación en el reino de David. La tierra prometida a los patriarcas coincide con la extensión máxima del Imperio de David: «desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates» (Gn 15:18). Esta proyección hacia el pasado remoto de lo que era la situación en tiempos de Salomón produce, por ejemplo, el anacronismo del encuentro entre Isaac y Abimelec, rey filisteo de Gerar (Gn 26:1). Lo cierto es que los filisteos no llegaron a estas regiones hasta unos seis siglos después, al tiempo que Israel comenzaba la conquista de Canaan. En la tradición «yavista» hay un énfasis universalista. Dios obra a través de los patriarcas, especialmente Abraham, para la redención de toda la humanidad, pero al mismo tiempo las historias patriarcales se concentran en la zona sur del país, principalmente en el territorio de Judá, la tribu de la Casa de David.
b) La «elohista»:
La tradición «elohista» (llamada así porque usa el nombre genérico de Dios, Elohim, hasta que Dios revela su nombre sagrado a Moisés) fue redactada ca. 750 a.C. Sus historias se refieren a incidentes ocurridos en lugares situados en lo que vino a ser el Reino del Norte, Israel, especialmente Siquem y Bet-el. El tema aquí, en contraste con el énfasis universalista del yavista, es la revelación de Dios a su pueblo por medio de los patriarcas y de los profetas, y el repudio absoluto de toda influencia extranjera. Poco tiempo después de la caída de Samaria y la destrucción del Reino del Norte en 721 a.C., las tradiciones del norte y del sur fueron fundidas en una sola obra, dándole principal preponderancia a la tradición yavista.

c) La «sacerdotal»:
Durante el exilio en Babilonia los sacerdotes de Jerusalén están ociosos. Unos pocos años antes, en tiempos del rey Josías (621 a.C.), quedó claramente establecido que el único lugar donde es posible adorar a Dios es en el Templo de Jerusalén. Llevados al destierro, y con el templo destruído, los sacerdotes dedican su tiempo, su talento y sus esfuerzos a compilar la antigua tradición «sacerdotal» combinándola en una obra maestra con las tradiciones yavista y elohista. Para los sacerdotes la compra de la cueva de Macpela, la única posesión patriarcal en la Tierra Prometida, es anuncio y garantía del cumplimiento de la promesa divina (Gn 23:1–20).
En este «Bosquejo de la historia de Israel» seguiremos la estructura de las tradiciones patriarcales según éstas se presentan en los capítulos 12 al 50 de Génesis. Al mismo tiempo hay que reconocer la complejidad de estas narraciones. Es por ello que son tan importantes las investigaciones contemporáneas en los campos de la antropología, la etnografía, la sociología y muchas otras. Ellas nos ayudan a entender la historia del período patriarcal que forma el trasfondo de la narración bíblica.
Abraham
Ge. 11:27–25:10
Su nombre era Abram y el de su esposa Sarai, hasta que Dios hizo un pacto con él y cambió sus nombres a Abraham y Sara. En el c. 17 se cuenta la historia del pacto de la circuncisión y cómo entonces el nombre de Abram, «Padre exaltado», se convirtió en Abraham, «Padre de una muchedumbre». En el pensamiento hebreo el cambio de nombre significaba un cambio esencial en la persona.
Su padre Taré emigró desde Ur hasta Harán llevando consigo a su hijo Abram, su nuera Sarai, y su nieto Lot, sobrino de Abram (11:31). La ciudad de Harán estaba en «Aram Naharim» (Aram entre ríos), llamada así por estar en medio de la inmensa curvatura del Éufrates y uno de sus tributarios. Más tarde esta zona se llamó en griego «Mesopotamia» (Entre ríos), nombre que después se extendió a toda la región entre el Tigris y el Éufrates. La misma zona también se conoce en la Biblia como «Padán Aram» (Campo de Aram), y ambos nombres hacen referencia al hecho de que aquí era donde habitaban los arameos.
Cuando murió Taré, en respuesta al llamado de Dios, Abram partió hacia Canaán con su esposa Sarai y su sobrino Lot (12:1–9). Allí Dios le prometió que un día sus descendientes tendrían esas tierras. Eventualmente Abram tuvo que buscar refugio en Egipto debido al hambre que había en Canaán y estando allá ganó favores especiales del faraón al pretender que su esposa Sarai era su hermana (véanse pasajes paralelos en 20:1–18 y 26:6–11). Por fin fue expulsado de Egipto y regresó a Canaán (12:10–20).
Poco después Abram y Lot se separaron y Lot se fue rumbo a Sodoma (13:1–18), en la «Gran Falla del Jordán», cerca del Mar Muerto, mientras que Abram se encaminó a Hebrón, en la «Sierra Central».
Fue entonces que Melquisedec recibió el diezmo de Abram (14:1–24). Ocurrió que una coalición de cinco reyes atacó la región de Sodoma y Lot fue hecho prisionero. Al enterarse Abram organizó una partida de rescate que persiguió el ejército de los reyes hasta Dan, al extremo norte de la Palestina. La acción resultó victoriosa y Abram capturó el botín de los vencidos. En el camino de regreso pasó por Jerusalén, conocida en esos tiempos como Salem, y el rey/sacerdote de la ciudad, Melquisedec, salió a recibirle. En gratitud a Dios, Abram le dio a Melquisedec el diezmo del botín.
Abram recibe la promesa de un hijo y de una tierra (15:1–20). Cuando Abram partió de Harán tenía 75 años. Desde entonces se había hecho «riquísimo en ganado, y en plata y oro» (13:2), pero una cosa no tenía: un hijo. Con el transcurso de los años él y Sarai habían envejecido y pronto necesitarían alguien que les cuidase en sus últimos días y les diese sepultura. Fue por ello que Abram hizo a su siervo, Eliezer de Damasco «…mi heredero…un esclavo nacido en mi casa» (15:1–3). Dios rechaza la posición de Abram y le asegura que tendrá un hijo y una gran descendencia (15:4–5). Además, como parte de la tradición «yavista», le promete una tierra mucho mayor que Canaán, semejante al imperio de David y Salomón (15:18).
La práctica de adoptar un esclavo como heredero, aunque desconocida en Israel, está bien atestiguada en los Documentos de Mari, ciudad del norte de Mesopotamia, próxima a Padam-Aram, de donde vino Abram.
Nace su hijo, Ismael, pero este no es el de la promesa divina (16:1–16). Sarai era estéril y, siguiendo una antigua ley de los horeos, le da su esclava Agar a Abram para que sea su concubina. De esa relación nació Ismael cuando Abram tenía 86 años.
Los horeos fundaron el Imperio de Mitanni en el norte de Mesopotamia. Los Documentos de Nuzu, una de sus ciudades principales, ofrecen abundantes contactos con las prácticas de los Patriarcas de Israel.
Pero Sarai se pone celosa y agobia tanto a Agar que ésta huye. Dios bendice a Ismael, el primer hijo de Abram, pero no le acepta como el cumplimiento de la promesa hecha a Abram.
Ya tenía el patriarca 99 años de edad cuando por fin Dios establece el pacto con él (17:1–27). La señal del pacto es la circuncisión y la promesa es de un pacto perpetuo para toda su descendencia del hijo de la promesa. En este momento Dios cambia sus nombres de Abram a Abraham (17:5) y de Sarai a Sara (17:15). Además le da el nombre del hijo de la promesa que ha de nacer: Isaac (17:19).
A Sara ya le había cesado el período de las mujeres cuando la promesa del nacimiento de Isaac se reafirma (18:1–15), expresión ésta de que todo depende de la Gracia absoluta de Dios y que nada depende del poder humano.
La historia de la destrucción de Sodoma y Gomorra interrumpe la narración del nacimiento de Isaac (18:16–19:36) así como la apelación por parte de Abraham de salvaguardar la ciudad donde vivía su sobrino Lot. También se inserta aquí el encuentro entre Abraham y Abimelec (20:1–18) el rey de Gerar, a quien Abraham le presenta a Sara como su hermana, de igual manera que lo hizo al faraón de Egipto, y como entonces, otra vez recibe del rey grandes riquezas. Eventualmente entre los dos se estableció un pacto (21:22–34).
El nacimiento de Isaac resulta en la expulsión de Agar e Ismael (21:1–21). Por este tiempo Abraham tiene 100 años, Sara 90, e Ismael 14. Isaac es apenas un muchacho cuando Dios ordena a Abraham que lo sacrifique (22:1–19). Esta historia marcó la condena absoluta en Israel de todo sacrificio humano aunque, como veremos, tuvo lugar con demasiada frecuencia en años futuros.
Muerte de Sara y compra de la cueva de Macpela (23:1–20). Sara murió en Hebrón a los 127 años de edad. En esta época esa comarca pertenecía a los heteos, quienes eventualmente ejercieron su poderío a través del Imperio Hitita, ya pasado el período de los Patriarcas.
El Imperio Hitita (de los heteos) floreció entre el Período Patriarcal y el del Éxodo (1600–1200 a.C); pero los heteos andaban por Canaán desde el tiempo de Abraham hasta el tiempo de David.
Abraham compró de un heteo la cueva de Macpela y en ella fueron sepultados Sara y Abraham, Isaac y Rebeca, Lea (49:29–32) y Jacob (50:12–13). Hoy la Mezquita de Hebrón se alza sobre la cueva de su sepultura.
Además de Agar, Abraham tuvo otra concubina, Cetura, de la cual tuvo otros seis hijos, pero Isaac, el hijo de Sara, fue su único heredero (25:1–6; 12–16). Abraham separó a los hijos de sus concubinas, Ismael, el hijo de Agar, y los seis hijos de Cetura, de todo contacto con Isaac enviándolos a los desiertos de Siria y Arabia, al este y al sudeste de Canaán. Estas dos genealogías presentan la descendencia árabe de Abraham.
Muerte y sepultura de Abraham (25:7–10). Abraham sobrevivió a Sara por un poco más de un cuarto de siglo y murió a los 175 años, siendo sepultado en Hebrón, en la cueva de Macpela.
Isaac
Ge. 17:19–35:29
Para las tradiciones sobre Isaac del 17:19 al 25:10 véase la sección anterior sobre Abraham. Entre ellas está la narración de cómo Isaac se casó con Rebeca, la hija de su primo Betuel y hermana de Labán (24:1–67). Ese tipo de matrimonio endogámico, es decir, dentro de la misma familia, era la norma entre los patriarcas. Al igual que su padre Abraham, Isaac pretendió que su esposa Rebeca era su hermana y engañó a Abimelec, rey de Gerar (26:6–11). En consecuencia Isaac, como su padre Abraham, acumuló grandes riquezas y por fin hizo una alianza con Abimelec (26:12–33).
Isaac y Rebeca tuvieron dos mellizos: Esaú (el mayor) y Jacob (25:19–26). Esaú vendió su primogenitura a su hermano Jacob (25:27–34) y en lo sucesivo la historia se centra en el hermano menor. Por su parte Esaú tomó por esposas a dos mujeres heteas (26:34), quebrantando así la norma endogámica. Fue por ello que Rebeca e Isaac enviaron a Jacob a buscar esposa dentro de su propia familia, en Padam-Aram (27:46–28:5). Al darse cuenta de la reacción de sus padres contra sus esposas cananeas Esaú tomó como esposa a Mahalat, la hija de Ismael (28:6–9) tratando así de satisfacer la norma del matrimonio dentro de la familia. Los descendientes de Esaú se enumeran en 36:1–43. Isaac vivió 180 años y murió en Hebrón. Fue sepultado en la cueva de Macpela (35:27–29).
Las tradiciones sobre Isaac son breves y la mayor parte de ellas están entrelazadas con las de Abraham y Jacob, quienes juegan un papel mucho más importante.
Jacob y sus hijos
Ge. 25:19–50:14
Para las tradiciones sobre Jacob del 25:19 al 28:5 véase la sección anterior sobre Isaac. Entre ellas están el nacimiento de Jacob y su hermano Esaú (25:19–26), la venta de la primogenitura (25:27–34), cómo engañó a su padre Isaac y obtuvo de él la bendición que correspondía a su hermano (27:1–40), y su huída a Padan-aram, en parte para buscar una esposa que fuese de su propia familia, pero sobre todo por el temor a la furia de su hermano Esaú (27:41–8).
Por el camino a Padan-aram Jacob tiene un encuentro con Dios en Bet-el (28:10–22). Al llegar a la región de Padan-aram Jacob se encamina a Harán, el lugar de donde su abuelo Abraham partió para Canaán, y allí se encuentra con su tío Labán y sus dos hijas Raquel y Lea y se casa con sus dos primas. Además adquirió como concubinas las siervas de sus esposas, Zilpa y Bilha (29:1–30) De estas cuatro mujeres Jacob tuvo doce hijos y una hija. Fueron sus hijos: de Lea, Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón y su hija Dina; de Bilha, Dan y Neftalí; de Zilpa, Gad y Aser; y de Raquel, José y Benjamín (29:31–30:24; 35:23–26).
Las relaciones entre Jacob y su suegro Labán estaban llenas de mutuos engaños y decepciones (30:25–31:16). Por fin Jacob huyó de Labán llevándose todos los bienes y posesiones que había acumulado en los años que vivió en Padan-aram. Además fueron con él sus cuatro mujeres y todos sus hijos (Benjamín no había nacido todavía). Antes de partir Rebeca se robó los ídolos de su padre (31:19). La importancia de estos dioses (heb. «terafim») es que en ellos descansaba el derecho de propiedad. Rebeca quiere que su esposo Jacob y su hijo José reciban el patrimonio familiar. Por fin Labán y Jacob establecieron un pacto (31:43–55) que marcó la frontera entre el territorio de Labán (Siria) y el de Jacob (Israel) e invocaron la presencia de Dios para que castigase a quien lo quebrantase.
El nombre de Jacob se volvió Israel (32:22–32). Jacob fue a ver a su hermano Esaú que estaba en Edom, al este del Jordán. Por el camino, al cruzar el arroyo de Jaboc, tuvo un encuentro con Dios quien le cambió el nombre de Jacob («el suplantador») por el de Israel («el que lucha con Dios»). Jacob se reconcilió con Esaú (33:1–17).
Al llegar a Canaán Dina, la hija de Lea, fue violada (34:1–31). Los hermanos de Dina, Simeón y Leví, vengaron la afrenta masacrando y destruyendo la ciudad de Siquem contra la objeción de Jacob. Por ello estas dos tribus perdieron su preeminencia (49:5–7).
Jacob regresa a Bet-el y recibe la bendición de Dios (35:1–15). Fue allí donde Jacob tuvo el encuentro con Dios cuando huía de Esaú (28:10–22). En testimonio de la bendición recibida Jacob erige «una señal de piedra». Eventualmente aquí hubo uno de los más importantes santuarios de todo Israel.
Estos monumentos de piedra llamados megalitos («piedras grandes») provienen del período Neolítico ca. 5500–4000 a.C. En las tradiciones de Israel estos se interpretaron como lugares sagrados dedicados a Yavé.
Raquel tuvo a Benjamín pero murió del parto y fue sepultada en Belén (35:16–20). Poco después Rubén durmió con Bilha, la concubina de su padre (35:22) y por eso la tribu de Rubén perdió su lugar, quedando la de Judá como principal (49:2–12).
Judá tuvo relación sexual con su nuera Tamar (38:1–30). De esta relación nacieron dos mellizos, Fares y Zara. Fares fue el antepasado del rey David. Jacob y su familia se asentaron en Egipto (46:1–34). Vivió allí por 17 años y cuando murió fue sepultado en la cueva de Macpela, en Hebrón (49:28–50:14)
José
Ge. 30:22–50:26
La historia de José tiene las características de una novela. Es decir, mientras que las historias de los otros Patriarcas son como un collar de perlas en las que cada unidad tiene sentido y mensaje, en el caso de la historia de José hay que leer toda la obra para descubrir el mensaje esencial que ella proclama.
Raquel concibió y dio a luz a su hijo José en Padan-aram (30:22–24). Éste fue el hijo favorito de Jacob de modo que el celo se encendió entre sus hermanos contra él. José tuvo un par de sueños que hicieron que sus hermanos lo odiasen y por ello lo vendieron a unos mercaderes que lo llevaron a Egipto y lo vendieron como esclavo a Potifar. Jacob su padre creyó que José había muerto (37:1–36).
La esposa de Potifar acusó falsamente a José de que éste había tratado de seducirla y fué encarcelado (39:1–23). En la cárcel interpretó correctamente los sueños del copera y del panadero del faraón (40:1–23) Tiempo más tarde el faraón tuvo un par de sueños enigmáticos que José interpretó anunciando siete años de abundancia seguidos por siete años de escasez. José recomendó al faraón que acumulase el trigo durante los siete años de abundancia para consumirlos en los de escasez. Agradecido por su revelación el faraón le da toda la autoridad para implementar el plan (41:1–50). Además el faraón le dio por esposa a Asenat, hija de Potifera, el sacerdote de Ra, el dios del sol, de la ciudad de On, conocida más tarde, en el período helenístico, como Heliopolis = «Ciudad del Sol». De ella tuvo dos hijos, Manasés y Efraín (41:45–46, 50–52).
¿Cómo fue que un faraón egipcio dio tal autoridad y preeminencia a un semita extranjero? Ocurrió que cerca del año 1730 un grupo de semitas, llamados «hicsos» (= «reyes extranjeros») se adentró en el Delta de Egipto.
Flavio Josefo cita en Contra Apión la obra Aegyptiaca de Manetón de Sebennitos (s. III a.C.) donde hay una referencia histórica muy importante a los hicsos. Véase IJ, pp. 17–18)
Eventualmente los hicsos conquistaron el país debido a su superioridad militar. Fueron ellos quienes introdujeron en Egipto la carroza militar tirada por un par de caballos, y el arco laminado que les daba mayor alcance a sus flechas. Los hicsos gobernaron a Egipto durante las dinastías XV y XVI (ca. 1674–1550), y fueron ellos quienes situaron su capital, Avaris, en el Delta, cerca de la Tierra de Gosén, donde se establecieron los Israelitas.
Cuando llegan los años de escasez sus hermanos vienen a Egipto en busca de alimentos y por fin descubren que el gobernador de Egipto es su hermano José (42:1–45:24). Jacob y su familia vienen a Egipto y se establecen en Gosén (45:25–47:12). José usó la oportunidadde las condiciones económicas de Egipto para consolidar la autoridad del faraón sobre todo Egipto. Al terminar la Dinastía XII hubo un colapso de la autoridad central del faraón, pero cuatro siglos después, durante la Dinastía XIX, el faraón había recuperado su poder. Aquí se le atribuye este cambio a las políticas económicas de José (47:13–26). Jacob bendice a Efraín y Manasés, los hijos de José, dándole la bendición principal al hijo menor, Efraín (48:1–22). Cuando su padre murió Josué lo llevó y lo sepultó en la Cueva de Macpela (49:29–50:14). José murió a los 110 años de edad, lo embalsamaron y lo prepararon para llevarlo eventualmente a enterrarlo en la Cueva de Macpela (50:15–26).

IJ Briend, Jacques. Israel y Judá en los textos del Próximo Oriente AntiguoDocumentos en torno a la Biblia No 4. Estella (Navarra): Verbo Divino, 1982 [IJ]
González, J. A. (1999). Bosquejo de historia de la Israel: González, Jorge A. (64). Decatur, GA: Asociación para la Educación Teológica Hispana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario