Dos mil años atrás, apareció un hombre en el escenario
de la historia. Él nació en el mundo y creció hasta la vida adulta exactamente
como cualquier otra persona. Pero este hombre era diferente a cualquier otro.
Él no fue uno ordinario.
Una virgen concibió del Espíritu Santo y lo trajo al
mundo. Era Dios hecho hombre, quien vino a la tierra en apariencia humana. Fue
el “Hijo de Dios” (Lc 1:26-35).
“En el principio era el Verbo [Jesús] y el Verbo era con Dios, y el Verbo era
Dios…Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros [y vimos su
gloria, gloria como del unigénito del Padre], lleno de gracia y de verdad” (Jn
1:1, 14).
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